jueves, 31 de mayo de 2007

¿Du llu espic inglis?

Esto es la carta que escribió una señora al programa de Luis del Olmo para que la leyeran en directo:

"Desde que las insignias se llaman pins, los maricones gays, las comidas frías lunchs, y los repartos de cine castings, este país no es el mismo: ahora es mucho, muchísimo más moderno. Antaño los niños leían tebeos en vez de comics, los estudiantes pegaban posters creyendo que eran carteles, los empresarios hacían negocios en vez de business, y los obreros, tan ordinarios ellos, sacaban la fiambrera al mediodí­a en vez del tupper-ware. Yo, en el colegio, hice aerobic muchas veces, pero, tonta de mi, creía que hacía gimnasia. Nadie es realmente moderno si no dice cada día cien palabras en inglés. Las cosas, en otro idioma, nos suenan mucho mejor. Evidentemente, no es lo mismo decir bacon que panceta, aunque tengan la misma grasa, ni vestíbulo que hall, ni inconveniente que handicap... Desde ese punto de vista, los españoles somos moderní­simos. Ya no decimos bizcocho, sino plum-cake, ni tenemos sentimientos, sino feelings. Sacamos tickets, compramos compacts, comemos sandwiches, vamos al pub, practicamos el rappel y el rafting , en lugar de acampar hacemos camping y, cuando vienen los fríos, nos limpiamos los mocos con kleenex. Esos cambios de lenguaje han influido en nuestras costumbres y han mejorado mucho nuestro aspecto. Las mujeres no usan medias, sino panties y los hombres no utilizan calzoncillos, sino slips, y después de afeitarse se echan after shave, que deja la cara mucho más fresca que el tónico. El español moderno ya no corre, porque correr es de cobardes, pero hace footing; no estudia, pero hace masters y nunca consigue aparcar pero siempre encuentra un parking. El mercado ahora es el marketing; el autoservicio, el self-service; el escalafón, el ranking y el representante, el manager. Los importantes son vips, los auriculares walkman, los puestos de venta stands, los ejecutivos yuppies; las niñeras baby -sitters, y hasta nannies, cuando el hablante moderno es, además, un pijo irredento. En la oficina, el jefe esta siempre en meetings o brain storms, casi siempre con la public-relations, mientras la assistant envía mailings y organiza trainings; luego se irá al gimnasio a hacer gim-jazz, y se encontrará con todas las de la jet, que vienen de hacerse liftings, y con alguna top-model amante del yoghurt light y el body-fitness. El arcaico aperitivo ha dado paso a los cocktails, donde se jartan a bitter y a roast-beef que, aunque parezca lo mismo, engorda mucho menos que la carne. Ustedes, sin ir más lejos trabajan en un magazine, no en un programa. En la tele, cuando el presentador dice varias veces la palabra O.K. y baila como un trompo por el escenario la cosa se llama show, bien distinto, como saben ustedes, del anticuado espectáculo; si el show es heavy es que contiene carnaza y si es reality parece el difunto diario El Caso, pero en moderno. Entre medias, por supuesto, ya no ponen anuncios, sino spots que, aparte de ser mejores, te permiten hacer zapping. Estas cosas enriquecen mucho. Para ser ricos del todo, y quitarnos el complejo tercermundista que tuvimos en otros tiempos, sólo nos queda decir con acento americano la única palabra que el español ha exportado al mundo: la palabra "SIESTA."

Espero que os haya gustado... yo antes de leerlo no sabí­a si tení­a stress o es que estaba hasta los cojones.

HOMENAJE A LA VOZ MÁS GRANDE

"Qué no daría yo por empezar de nuevo..."

Hay que subir mucho el volumen para vivirlo...

sábado, 12 de mayo de 2007

HOMBRES: INSTRUCCIONES DE USO

Mi hermano Gervasio, que está a punto de publicar su primera novela (divertidísima por cierto), me hizo ver el otro día algo en lo que yo nunca había reparado. Las revistas femeninas están llenas de consejos, advertencias y estrategias sobre cómo mejorar nuestras relaciones con los hombres. Las masculinas, en cambio, hablan de cómo mejorar los bíceps… También de cuál es el mejor restaurante del momento, qué loción evita la caída del pelo y cómo vestir sexy, pero de temas sentimentales ni una línea. Para hacerme la interesante podría citar ahora al inefable Byron, pero prefiero tomar el camino de la Antropología: según esta ciencia, lo que sucede es que a las mujeres nos gusta hablar de nuestros sentimientos y a los hombres les horroriza. Dice la doctora Louann Brizendine, cuyo libro El cerebro femenino está batiendo récords, que todo viene de que nosotras hablamos tres veces más que los hombres. De hecho, utilizamos 20.000 palabras por día y los hombres apenas 7.000. Hasta aquí todos los expertos están de acuerdo, pero después surgen las diferencias, porque mientras Brizendine asegura que hablar es “casi tan placentero como el sexo”, otra famosa especialista, Alexandra Jacobs, opina que dar la lata a nuestro hombre con eso de que hay que “hablar” los problemas lo único que conseguimos es debilitar los lazos que nos unen. Su libro se llama, muy adecuadamente, La solución es no-hablar. Hablar o no hablar, esa es la cuestión, pero mientras decidimos a qué bando apuntarnos he aquí otro punto en el que están de acuerdo las dos autoras. Las mujeres deberíamos entrenarnos en comprender que los silencios masculinos en ningún caso son señal de rechazo o repudio. “No es que no nos quieran” -aclara Brizendine-, “simplemente están siendo muy varoniles”.

Otra cosa que sorprende mucho a las mujeres y que también hay que recordar siempre, según estas sabias estudiosas, es que la cabeza masculina funciona de manera diferente de la nuestra. Por ejemplo, cuando observamos a un hombre sentado con la mirada perdida en el infinito y, preocupadas, le preguntamos en qué está pensando, la contestación más habitual es “en nada”. “No es posible” -pensamos inmediatamente nosotras-, “nos está mintiendo, ¿qué le pasará? ¿estará enfermo?, ¿preocupado?, ¿deprimido? Y la respuesta a tan terribles incertidumbres, queridas mías, es no. Ese hombre no está pensando en nada, algo inaudito para nosotras, que siempre estamos dale que dale al cerebro, pero es así. Este tipo de diferencias es el que hace que unos y otras no nos entendamos. Personalmente, como soy de pocas palabras, no me importa que los hombres que tengo cerca lo sean también, pero me resulta incomprensible, en cambio, eso de que piensen “en nada” o que rehúyan hablar de los problemas cuando los hay. Sin embargo, para ese escapismo sentimental, también tiene explicación la doctora Brizendine: la testosterona, según ella, reduce la parte del cerebro que se ocupa de registrar las palabras emocionales. En otras palabras: el hombre no registra esas 13.000 palabras que nos separan. Uf, qué alivio, pienso yo, así que no se está haciendo el sordo, es sordo.

Como ven, el tema resulta apasionante y da para mucha discusión. ¿Pueden modificarse su forma de ser o la nuestra? ¿Será la educación lo que hace que los hombres no escuchen y que las mujeres hablen de más? Las feministas han intentado varias veces lograr que los niños más pequeños jueguen a las muñecas o a las cocinitas para que se críen más sensibles, más atentos. Pero sus experimentos han acabado siempre en eso, en experimentos (cuando no con la cabeza de la muñeca convertida en pelota de fútbol y la cacerola en tambor). La actual peste de lo políticamente correcto nos hace creer que todo lo que no nos gusta o no comprendemos del otro puede ser modificado. Pero yo pienso que es más práctico saber que sentimos diferente y comprender que lo que ellos hacen o dejan de hacer se debe, sencillamente, a que, como dice la canción, Men are different… Y nosotras también.

CARMEN POSADAS